Reseña del libro “En el nombre de Salomé”, de Julia Álvarez
Salomé Ureña y familiaAlfredo Alzugarat
Desde la muerte de su madre, Camila Henríquez quedó predestinada a conservar su memoria a perpetuidad. Fue en ese día fatal que su tía Mon le enseñó a hacer la señal de la cruz recitando: “En el nombre del Padre, del Hijo y del santo espíritu de mi madre Salomé.”
Nacida en Santo Domingo el 21 de octubre de 1850, Salomé Ureña fue reconocida, ya en vida, como “figura central de la lírica dominicana del siglo XIX” y más solemnemente, como la Poeta de la Patria. En una época en la cual no existía enseñanza pública para la mujer -algo que la propia Salomé se encargaría de revertir- su formación en las primeras letras y luego en la literatura, dependió de sus progenitores y en especial de su padre, el también escritor Nicolás Ureña de Mendoza. Casada a los treinta años con el médico, abogado y luego presidente de la República, Francisco Henríquez y Carvajal, de su matrimonio nacerían cuatro hijos, entre ellos el conocido humanista y crítico literario Pedro Henríquez Ureña. Camila era la menor de los cuatro, la única niña y apenas alcanzó a conocer a su madre. Salomé murió de tuberculosis en 1897. Camila contaba entonces con sólo tres años de edad.
UNA HISTORIA DE MUJERES. En la novela En el nombre de Salomé, de la norteamericano-dominicana Julia Álvarez, se reconstruye imaginariamente la vida de Salomé Ureña alternándola con episodios correspondientes a su hija Camila. Con el propósito de unirlas a ambas en el breve momento existencial que alcanzaron a compartir, la biografía de Salomé se recorre linealmente, en forma progresiva, en tanto que se procede a la inversa con la de Camila, que retrocede desde una etapa crucial de su vida hasta su nacimiento. A la ruptura temporal que significa el paso de un capítulo a otro se añade el continuo traslado de país en país en una familia de trashumantes que, por motivos políticos, debió también residir en distintas ciudades de Cuba y Estados Unidos. La compleja estructura subraya no solo la dispersión de los miembros del clan sino fundamentalmente el desarraigo a que se vieron sometidos, extremo este que la autora vincula con su propia existencia y con la de millones de latinos en los Estados Unidos. Precisamente, el concepto de qué es la patria es uno de los temas centrales de la obra. Julia Álvarez, sin embargo, se propuso algo más: los dieciséis capítulos de su novela, exceptuados prólogo y epílogo, llevan por nombre títulos de ocho poemas de Salomé en español y en inglés. De ese modo, las dos vidas son igualadas, espejos una de la otra, y ambas comprendidas a partir de la creación poética de Salomé.
LA MUSA Y LA MUJER. “La historia de mi vida comienza con la historia de mi país”, afirmará Salomé. En efecto, tenía apenas once años cuando los avatares políticos decidieron el retorno de Santo Domingo al seno del decadente imperio español. La turbulencia social que sobrevino entonces y el destierro masivo de patriotas, que alcanzó incluso a su padre, pronto se volverían motivo de inspiración para unas dotes poéticas expresadas ya desde la primera juventud. Publicados primero en el diario El Nacional bajo el seudónimo de Herminia y luego, ya sin ocultar su nombre, en El Centinela, aunque en un estilo que hoy se tildaría de neoclásico y declamatorio, los versos inflamaron el orgullo popular. En particular, su poema “A la patria”, referente obligado para la vuelta a la independencia, le valió los más altos honores. Pronto, sin embargo, su poesía se escindirá entre la función pública, de musa patriótica, que todos le reconocían, y una voz más íntima que revela a la mujer amante, esposa y madre.
El relato de su vida, escrito en primera persona, transparenta ese debate interior, su estoico sentido del deber hacia la patria y hacia la familia, el desdoblamiento entre lo que se esperaba de ella y lo que realmente necesitaba exteriorizar. El conflicto tendrá un inesperado giro a partir de la influencia personal del educador y político puertorriqueño Eugenio María Hostos. Comprenderá que la mayor ayuda que puede proporcionarle a su nación no es a través de la poesía sino de la enseñanza. Funda así la primera escuela para mujeres en tierra dominicana.
Por más que la narración procura establecer la dimensión humana de Salomé, su estatura de heroína aflora una y otra vez de manera inevitable. Siempre con el telón de fondo de una inestabilidad política plagada de revueltas y masacres colectivas, enseñar, escribir y formar a sus hijos la obligará a una lucha implacable contra la tisis y las imposiciones e infidelidades de su marido.
CONTRASTES E IDENTIDADES. Comparada con la de su madre, la vida de Camila transcurre en silencio, a la sombra de sus hermanos, como la de una mujer programada para depender de la familia e impedida, por lo tanto, de un camino propio. La existencia de ambas aparece entretejida por esa demanda exterior que las acosa y limita al mismo tiempo. Camila, vigilada de cerca en su juventud por su hermano Pedro, deberá acompañar a su padre a Washington luego que el breve gobierno de este sucumbiera ante una invasión de marines norteamericanos. A la muerte de aquél y ya instalada en Cuba, servirá de modelo para la escultura del busto con que se lo recordará. Sus carencias afectivas y la búsqueda interior de una madre que apenas conoció, la conducirán finalmente a un lesbianismo que apenas reprimirá. En la urdimbre de la novela, la sacrificada pero exitosa vida de Salomé contrasta capítulo a capítulo con esa Camila frustrada en amores, poetisa fracasada que aprende de memoria los versos de su madre y se traslada de una a otra universidad norteamericana.
La vuelta de tuerca en la vida de Camila se produce tardíamente, a la edad de 65 años, y significará un encuentro con su madre y consigo misma. Regresará entonces a Cuba. Participando activamente en las campañas de alfabetización de los primeros años de la revolución socialista, recordará a Salomé luchando “por construir un país como el que ella había soñado”.
OTRAS PRECISIONES. Ante el vasto panorama que representa la numerosa familia de los Henríquez Ureña, ciento cincuenta años de historia y el destino de dos países, la firme sujeción al doble hilo argumental que es la vida de estas mujeres indica de por sí un mérito de la novela. Pedro Henríquez Ureña, el más famoso de sus miembros, aparecerá en una oportunidad rodeado de algunos poetas españoles exiliados como Jorge Guillén y Pedro Salinas, y más de una vez se aludirá a su correspondencia y amistad con su colega mexicano Alfonso Reyes, pero nunca dejará de ser un personaje secundario. Aunque ocupando un mayor espacio, lo mismo sucede con su padre Francisco, Papancho en la novela. El privilegio protagónico de los personajes femeninos se extiende, en cambio, a la pintoresca e influyente Ramona, hermana de Salomé, “la tía Mon” para Camila.
Un aspecto coadyuvante, la situación vital de la propia Julia Álvarez, hija de padres dominicanos que reside desde los diez años en Estados Unidos, le otorga mayor dimensión a la novela y la conecta con otra anterior suya, En el tiempo de las mariposas (2001), donde recuperaba la memoria de las hermanas Mirabal, asesinadas por el régimen de Rafael Leónidas Trujillo. La búsqueda de los orígenes y la obsesión de reencuentro consigo misma, manifiesta en su trayectoria literaria, intenta ser representativa de una población latina en pleno crecimiento en el país del norte y ávida de conocer su historia.
EN EL NOMBRE DE SALOMÉ, de Julia Álvarez. Alfaguara, 2003, Buenos Aires. 410 págs.
Alfredo Alzugarat
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